Y el silencio que cae y te sepulta, cuando velo tu sueño y lo interrogo. Camelot.

LA MONTAÑA IMPLACABLE

Desde aquel año de 1953 en que un neozelandés y un sherpa de Nepal, treparon al Everest y un hombre y su guía fueron historia, al alcanzar la cima. Desde ese remoto tiempo ha habido accidentes y muertes que lamentar en las altas montañas nevadas. Ocurrió al pasado fin en Orizaba. Un grupo de montañistas de la zona, todos muy conocidos, dejaron su vida allí al intentar subir ese volcán que es un desafío para cualquiera de ellos. Allí, como en el Himalaya muchos han perdido la vida. Uno suele verlos en películas y documentales y quizá leer algún libro como ‘los Conquistadores de lo inútil’, libro de cabecera, de los más famosos y leídos de la literatura de montaña. Alguna vez le preguntaron al gran escalador George Mallory, por qué escalaba la montaña. Solo respondió: “¿Porque está ahí?”. Es la pasión y la vida de la gente que son alpinistas y les gusta subir las montañas. Como el gran Lionel Terray dijo una vez, «la montaña quizá no sea más que un ingrato desierto de roca y hielo, sin otro valor que el que nosotros queramos otorgarle. Pero, sobre esta materia siempre virgen, por la fuerza creadora del espíritu cada uno puede a su gusto moldear la imagen del ideal que persigue«. Los 5,636 metros que cuenta el Pico de Orizaba, ha sido escenario de muchísimos que llegan y van a sentir su nieve y la altura, muchos de ellos acompañados de sus guías, de los sherpas orizabeños. Subir la montaña es una pasión. Una hija de uno de aquellos que subió al Everest, con sus 8,882 metros de altura, al comentar de su padre, dijo que murió como quería y hubiera deseado, en la famosa montaña. Esa montaña cobró cuatro vidas, murieron tres orizabeños: Carlos Altamirano, que era guardabosque del Cerro del Borrego, una gente que amaba el alpinismo; José Inés Zepahua, Humberto Kenji Muray, hijo de unos japoneses que amaron Orizaba, dueños de la afamada tienda La Japonesa, y un joven poblano de 19 años llamado Hugo. Su cuerpo viene a ser sepultado en sus lugares de origen, pero su alma quedó allí, en esa montaña que seguro amaban, allí donde se está muy cerca de Dios, donde se logra sentirlo. Los sherpas tienen su ritual de pedir permiso a la montaña para subir. En el Pico de Orizaba, también los montañistas tienen sus rituales. Allí murieron, allí descansan en paz, a su memoria el poema de José Emilio Pacheco: “Es verdad que los muertos tampoco duran. Ni siquiera la muerte permanece. Todo vuelve a ser polvo. Pero la cueva preservó su entierro. Aquí están alineados cada uno con su ofrenda. Aquí sabemos a qué sabe la muerte. Aquí sabemos lo que sabe la muerte. Todo está muerto. En esta cueva ni siquiera vive la muerte”. Descansen en paz.

ESA GRAN FINAL

Pocas finales como la de3l domingo en tenis de Cincinnati., se enfrentaban los dos mejores del mundo, el uno y el dos. A tres sets se sospechaba que iba a ser una gran final. El juego que dieron Carlós Alcaraz (1) de España y Novac Djokovic (2) de Bielorrusia, fue épico, alcanzó la cima de la emoción, alcanzó el veredicto e que nadie debía perder. Debía haber empates en ese tenis, porque ninguno merecía irse sin la corona. Al final el Novac se alzó con el triunfo, pero todos aquellos que lo disfrutaron en vivo o quienes lo vimos en la tele, nos acordamos de aquellos grandes encuentros entre Bjon Borg y John McEnroe o Jimmy Conors, cuando aquellos reinaban en los circuitos de tenis.

El cordobés doblista, Santiago González, ya no pudo avanzar a semifinales, pero sigue siendo la cuarta pareja del mundo en dobles, para orgullo de los cordobeses.