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ACERTIJOS

El país vive inmerso en una polémica sobre los nuevos libros de la 4T, versión tabasqueña. Allí donde en el pasado, leo a la periodista Ana Laura Pérez Mendoza, en 1952

ACERTIJOS
gilberto haaz

El pasado es prólogo, diría Shakespeare. Camelot.

LOS LIBROS DE TEXTO GRATUITOS

El país vive inmerso en una polémica sobre los nuevos libros de la 4T, versión tabasqueña. Allí donde en el pasado, leo a la periodista Ana Laura Pérez Mendoza, en 1952, en esa mesa de estudios y proyecciones se sentaron alguna vez, donde formaban parte de la comisión, puros picudos intelectuales, gente del saber: Agustín Yáñez, Martín Luis Guzmán, José Gorostiza y Jaime Torres Bodet. Ahora, acusa la oposición, llegaron unos mecapaleros comandados por Max Arriaga, desafiante a sus detractores, escribió: “El tema del Libro de Texto ocupó 11 primeras planas, amenazaron con 11 años de prisión. Por la NEM, por los libros, por la reivindicación del maestro, no doy 9 años, doy la vida. Vengan por ella, pero eso sí, no me van a encontrar arrodillado, me encontraran trabajando”, pensé que diría con fusil en la mano y un libro en la otra, jejeje. Por eso están las confrontaciones, bravuconerías por ambos lados, la oposición dice que estos libros son comunistas, como los de Fidel en su tiempo en La Habana, y el Preciso por su lado acusa de fascistas a todos los que se oponen. Por la noche, las televisoras le han dado vuelo a la hilacha marcando los errores, desde el día del nacimiento de Benito Juárez, hasta palabras como ‘dijistes’. Tres estados, atendiendo los amparos, no lo van a distribuir, los demás, que son de Morena, con gusto mi comandante. López Dóriga mencionó que el presidente AMLO abriría más división de clases en los estudios, porque en las escuelas de gobierno van estos libros, pero en las privadas hay de todo: Matemáticas, química, física y lo que falte. Esta historia continuará.

LOS APANICADOS VUELOS

El volar apanica. A quien esto escribe le impidió por años treparse a un avión y cruzar el Atlántico, el Pacifico o el Golfo o lo que fuera. Bueno, ni a la Tinaja. Todo por tierra. Infinidad de invitaciones tuve que despreciar por apanicarme en las alturas. Pero ahora nadie me invita. Gachos. Muchos picudos le tienen terror al avión. Mohamed Alí decía que “podía flotar como mariposa” en el ring, pero que no intentaran subirlo a una maquina voladora. El Nobel García Márquez escribió un texto sublime: “El único miedo que los latinos confesamos sin vergüenza, y hasta con un cierto orgullo machista, es el miedo al avión”. Tal vez porque es un miedo distinto, que no existe desde nuestros orígenes, como el miedo a la oscuridad o el miedo mismo de que se nos note el miedo. Al contrario: el miedo al avión es el más reciente de todos, pues sólo existe desde que se inventó la ciencia de volar, hace apenas 87 años. Yo lo padezco como nadie, a mucha honra, y además con una gratitud inmensa, porque gracias a él he podido darle la vuelta al mundo en 82 horas, a bordo de toda clase de aviones, y por lo menos diez veces. No; al contrario de otros miedos que son atávicos o congénitos, el del avión se aprende”. El pintor Picasso tenía una tesis de ello: “No le tengo miedo a la muerte, sino al avión”. De quince años para acá, he volado tanto que ni me acuerdo cuántos aeropuertos del mundo conozco y cuántas ciudades he andado como romero buscando a Dios. Pero el miedo no se va. Cuando se despega y cuando se aterriza hay que apretar aquellito. No recuerdo cuando lo perdí, quizá fue aquella vez de hace años que un amigo me invitó en su avioneta privada a volar rumbo a Mc Allen o Brownsville, que también son pueblos, y allí, con un solo piloto apodado ‘El Güero’, aprendí que puedes escapar del rayo, pero no de la raya. Y que, si hay que morirse, cualquier sitio es bueno siempre y cuando hayas tenido vida plena y no le debas nada a Coopel o a Elektra, porque seguro te meten al Buró de Crédito del cielo. El piloto, apodado ‘El Güero’, temerario presumía que podía bajar en la playa sin gasolina y sin motor, por poco me dice que a oscuras también. Solo con planear su nave. Cada que se despega hay que persignarse, sugieren los curas. Mi suegra, cada que se subía a los aviones llevaba una botellita de plástico y, al pasar por donde los pilotos preparaban el vuelo, les rociaba agua bendita. Los pobres creían que llovía y se filtraba el agua al avión. Son cosas que pasan cuando suceden, diría Kamalucas, un filósofo de mi pueblo.