De Da Vinci: “Una vez que hayas probado el vuelo, siempre caminarás por la tierra con los ojos vueltos hacia el cielo, porque allí has estado y allí siempre anhelarás regresar”. Camelot.
CANCÚN DÍA UNO (EL MIEDO A VOLAR)
Suelen los aviones dar miedo.
Lo mismo al despegar que aterrizar que, cuando alcanzan una altura de crucero.
Hay gente que jamás se ha subido a uno por el miedo.
El mismo Picasso decía: ‘No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo al avión’. Sucede que tomo un vuelo temprano del martes, desde el aeropuerto Heriberto Jara Corona de Veracruz rumbo a Cancún, que no tiene nombre de ningún prócer, solo así: Aeropuerto Internacional de Cancún, el paradisiaco sitio de gran turismo. Serán 995 kilómetros del puerto al destino.
A esa ciudad que es el gigante del turismo mexicano y recibe a 1 millón 995 mil turistas cada año, que llegan muchos de Europa y de Canadá y Estados Unidos y que en los spring break, los estudiantes agarran por su cuenta las parrandas, como la Paloma Negra.
Hay líneas aéreas madrileñas y de Barcelona que escalan sus vuelos en Cancún y regalan una noche de hotel. Por aquí llegan muchos que luego se van a CDMX.
Temprano llueve en Veracruz, son días tormentosos, una noche anterior tomo un café con mi hermano y los dos amigos cuenqueños, en Sanborns y unas enchiladas suizas.
Duermo en el puerto, en un hotel pequeño llamado City Express Aeropuerto, por el puente que hizo el gobernador Yunes en sus dos años de gobierno.
Llueve y hay que dormir temprano para amanecer y estar en las salas del Jara.
El avión es un Airbus A320 de Viva Aerobús, que nos llevará con tranquilidad en una hora y media y que, al llegar y descender, porque estos son días de turbulencias para volar, se sintió un par de golpes en seco y el zangoloteo que da la misma, eso hace que uno se apanique, por un momento.
Entonces, recordé el escrito de Gabriel García Márquez: El miedo a volar.
Va:
“Uno de los miedos más terribles de Gabriel García Márquez era el miedo a volar en avión. Según relató él mismo en una columna publicada el 26 de octubre de 1980 –“Seamos machos: hablemos del miedo al avión”– este terror comenzó una noche durante un vuelo de Miami a Nueva York.
“El tiempo era perfecto y el avión parecía inmóvil en el cielo, llevando a su lado esa estrella solitaria que acompaña siempre a los aviones buenos, y yo la contemplaba por la ventanilla con la misma ternura con que Saint-Exupéry veía las fogatas del desierto desde su avión de aluminio. De pronto, en la lucidez de la vigilia, tuve conciencia de la imposibilidad física de que un avión se sostuviera en el aire, y me juré que nunca volvería a volar”, escribió García Márquez sobre el origen de esta fobia.
“Mi madre no ha volado más de dos veces en su larga vida.
Nunca ha sentido miedo, pero conoce muy bien el de sus hijos -que son doce-, de modo que mantiene siempre una vela encendida en el altar doméstico para proteger a cualquiera de nosotros que se encuentre en el aire.
Su fe es tan cierta, que a uno de sus hijos -que es ingeniero de caminos- se le cayó hace poco un buldozer en una cuneta.
Mi madre oyó decir que el rescate podía costar más de 100.000 pesos, y le dijo a mi hermano que no gastara ni un céntimo, pues ella iba a encender una vela para sacar el buldozer. Mi hermano la reprendió:
«Sólo a ti se te ocurre que una vela puede sacar un buldozer de una cuneta».
Mi madre, impasible, le replicó:
-¡Cómo no va a sacarlo, si sostiene un avión en el aire!”