El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día. Camelot.

DÍA DOS MADRID

El avión grande de Aeroméxico, el B787 toma pista, Va casi lleno, anuncia el piloto lo clásico, el tiempo y lo que durará el vuelo (10 horas) y las azafatas la tarea de abrochar esto y lo otro.

Con buen tiempo de salida en CDMX, sin retrasos pese a que el aeropuerto ahora si llueve parece coladera y los salones, incluidos los VIP, donde van los pudientes, parecen baños sauna, pero ahí vamos.

Siempre he leído cosas de los aviones y me ha fascinado conocer todo de la aviación, desde que los hermanos Wright comenzaron a volar los primeros que parecían papalotes, ellos al igual que Julio Verne vieron a años luz del futuro lo que aquello se convertiría, jamás pensarían que un avión como el Concorde volara al doble velocidad de la luz y no se desintegrara, y lo de los cohetes ni se diga.

Toma el vuelo y sale y se ve la ciudad muy iluminada, mete los flaps y el tren de aterrizaje y espera llegar a los 10 mil pies para ordenar que ya se pueden parar a utilizar los baños, y las azafatas a preparar la cena, que normalmente es pinchona, pero arriba del cielo da hambre y ya sabemos que, a veces, más cornadas da el hambre.

O pollo o pasta es por lo regular el menú y allí vamos enrutados para tomar rumbo a Nueva York, por Halifax, la ciudad que el Titánic convirtió en un cementerio, el sitio donde enterraron cien cuerpos de aquel hundimiento de ese barco que no lo hundía ni Dios y no, lo hundió un iceberg y un despistado vigía, de allí se mete al mar, al Atlántico y llegar por Portugal o a veces por otro sitio cercano.

Uno se preguntaba por qué no toman la línea recta, qué demonios tienen que ir a hacer hasta allá, entonces le pregunté al Google y me dijo: ‘Dada la redondez de la tierra, las rutas aéreas no son en línea recta sino siguen una trayectoria llamada geodésica que es la línea más corta entre dos puntos sobre una superficie ~esférica”, y salí de dudas hace tiempo.

El GPS del avión nos lleva en su mapa el tiempo que se va volando y cuánto falta para llegar, en lo que se come una pasta, a ver películas, hay como en Netflix muchas que ver, pero esta vez, en contra de todo pronóstico dormí como lirón, esa expresión es tan antigua que la usaban los romanos en tiempos de guerra.

EL ATERRIZAJE

Avisan que llegamos, nos preparamos, el piloto medio se pandea, pero nada del otro mundo.

Bajamos y hay pocos vuelos a esa hora, pasamos la migra española, nada de preguntas, sellan los pasaportes y a tomar un taxi.

Aquí me llegó la primera anécdota.

Hace un bien tiempo el gobierno de Madrid les fijó a los taxistas la cuota de 30 euros por viaje a la ciudad, agarramos a un barbón medio mal encarado, pasamos por el rumbo donde ahora está el campo de futbol Metropolitano, donde juega el Atlético de Simeone y un día vi a nuestro mexicano, Héctor Herrera.

A este estadio nuevo y bello le ocurrió que no le hicieron rutas de cómo llegar ni tiene Metro y cuando hay juego aquello es un atasco peor que el de Capufe de Fortín.

Ahora están las maquinas abriendo vías.

El Bernabéu es igual, tiene pocos cajones de estacionamiento pero tiene un Metro que desfoga al 80 por ciento de los aficionados.

Sucede que el taxista era paquistaní, ya se está pareciendo Madrid a Nueva York, le dije a una gente del hotel.

Era paquistaní y enojón. Comenzó cuando bajé el vidrio y se puso al brinco, pues prende el clima, le dije y puso cara de Ebrard cuando AMLO le mandó un mensaje madreador.

Por poco quería surtirme, Chicharito, que iba atrás, me dijo que estaba a punto de soltarle un descontón.

Amor y paz, le dije como AMLO. No quería que nadie ocupara el asiento de copiloto y le dije que ahí me iba porque me da vértigo.

Luego, mas encabronado quiso dejarnos a una cuadra y media con las maletas, le dije nones, me llevas a la puerta del hotel, aunque está cerrada toda esa zona por obras, ahí tenía que dejarme.

Ya me veía yo como judío errante cargando o arrastrando maletas.

Comenzó a gritarle majaderías a la gente que se atravesaba, lo único que lamenté fue no haber tomado las placas para reportarlo.

Pero le pagué y se marchó, y a su barco le llamaría perversidad.

Antes cruzamos la Puerta de Alcalá: mírala, mírala, que siempre está en obras.

Hay también obras en la zona de Liabeny.

Es complicado llegar, y el mismo hotel está siendo remodelado.

Más tarde salimos a nuestra primer comida de antojo, una Morcilla de Burgos y un poco de jamón serrano jabugo pata negra y caer la noche, porque comenzó a pegar un frio más intenso, de duro cierzo (viento fresco y frio que se produce en la región española de Aragón) invernal, diría el maestro Agustín Lara.