*De Groucho Marx: “En las fiestas no te sientes jamás. Puede sentarse a tu lado alguien que no te guste”. Camelot.

LA CANDELARIA

Desde hace más de un siglo, los habitantes de Tlacotalpan escoltan a su Patrona, la Virgen de la Candelaria, el 2 de febrero, lideradas por una capitana, una teniente y una coronela y 600 jinetes, en una ceremonia fastuosa y bella.

Al frente de la procesión suele ir el Obispo de Veracruz y una banda de la Marina toca los temas.

Cayendo la noche, los toritos salen a relucir, los de los bailadores y los de tomar, para agarrar por su cuenta las parrandas. Es una fiesta veracruzana extraordinaria.

Llega mucha gente de fuera, si uno tiene suerte oirás a los mejores conjuntos jarochos, como Mono Blanco, Los Vegas y Cojolitos.

Hay zapateados en los tablados y la música jarocha ennoblece a ese pueblo Patrimonio de la Humanidad, nombrado por la UNESCO.

“En Tlacotalpan todo se cura, todo se olvida, se cura el alma que es incurable, cuando está herida”.

Este fragmento es de la autoría de Julio Sesto, español, creador de aquella poesía cumbre, Las abandonadas:

“Cómo me dan pena las abandonadas, que amaron creyendo ser también amadas, iban por la vida llorando un cariño, recordando un hombre y arrastrando un niño”.

En esa zona donde el escritor Roberto Blanco Moheno magnificó la mejor novela costumbrista y pueblerina que se ha escrito: Un son que canta en el rio:

“¡Bogando, con una Chingada! Llegábamos a la Trocha. El Julián, el Arturo, y el José María flojeaban con los remos, mientras el Enrique apenas si apretaba el canalete. Yo iba, acurrucado a proa, escogiendo los mejores pescados para la casa de gachupín. Y el tío Tamarindo, sentado en la popa, acababa de soltar la voz a través de la boca chimuela, amargada por años y años de chupar la fuma de tabaco traída de San Andrés: ¡Bogando, bogando, con una chingada ¡”.

Llegan cientos, miles de todas partes del país a maravillarse de ese pueblo, cuyas casas de tejas y pintadas con colores muy mexicanos, asemejan cuadros de Orozco o de Diego Rivera, de aquellos nuestros grandes pintores, donde en sus corredores los viejos de la tribu y las señoras de edad en las mecedoras de madera ven pasar la tarde y contar sus cuitas, escenas muy de esa ciudad.

EL COMPAYITO (GRANDES RECUERDOS)

Hace años fui de corresponsal cuando las terribles inundaciones, el día que el agua llegó al pueblo y aquello parecía Venecia.

Fui a su Fiesta. Visité la afamada Casa de Rafaela Murillo, como si fuera de Coco Chanel, se vende la mejor ropa bordada a mano.

Dos mil y pico cada una, nada baratas, en casa antigua con tejados y mujeres de vestimenta típica.

Reza un letrero que se hacen trajes de jarochas a la medida, que esos deben andar en los 8 mil pesos para arriba. Pero los valen.

Ofertan tres mecedoras de madera, al pie. Recuerdo esa vez cuando comí con un par de amigos en la casa de Juan Carlos Molina Palacios, el famoso Compayito, muerto en condiciones terribles y a quien ni sus compañeros diputados ni la Fiscalía ni nadie, le han rendido justicia, encontrando a sus criminales.

Juan Carlos Molina compró la casa en Tlacotalpan, con todo y mobiliario, cuadros y muebles, como dicen los pueblerinos:

“compró potro en barriga de yegua”.

Casa pegada al Rio Papaloapan, el de las Mariposas. Comimos muy rico en esa casa, unas veinte personas, y desde ahí vimos el Paseo a la Virgen. Molina era un buen anfitrión, porque en el otro lado se iban los picudos con los gobernadores, con el amigo de Germán Dehesa, el afamado escritor, Vitico Perea.

Allí entraban solo los VIPS, llegaba el gobernador en turno y aquello era una romería.

Si no estabas invitado, no eras nadie, como aquella fiesta del Blanco y Negro de Truman Capote, en el hotel Plaza de Nueva York, de la cual el narrador decía:

“Si usted está viendo por televisión este evento, entonces no es nadie ni figura entre la lista de los 500 invitados de Truman Capote”.

Así en Tlacotalpan en aquellos años.

COMO LLEGAR

Para llegar a Tlacotalpan se cruza Salinas (nada que ver con el expresidente), pueblo pegado a El Mosquitero, una aldea pueblerina donde los chamacos cambujos, tostados por el sol, con la panza descubierta y llena de lombrices piden que le compren los famosos platanitos fritos, caseros, hechos a mano, fritos con aceite casi de camión, la salsa aparte.

En el cruce de un puente ya habilitado, que estuvo por años detenido, el que desvía hacia el verdadero viejo Paso del Toro, en las vías, lo bordeamos.

En los puestos, guanábanas, piñas, papayas, tamarindo, plátano, yaca, algo que aseguran los vendedores es ‘como el Viagra veracruzano’, o alguna jalada.

Las frutas de la tierra veracruzana, a la vista.

Cerca de aquí existe una empacadora de frutas, de Herdez, venida a menos, la han cerrado por incosteable, en Los Robles.

Como la leche que compraba Nestlé en toda la zona.

Salinas es un pueblo que no obedece al nombre de Carlos, no se vayan con la finta.

Es muy viejo, creo que lo bautizó Pedro de Alvarado cuando anduvo por estas tierras, en 1519, tierras que olían a Conquista.

La carretera ahí va, mucho mejor que la de Capufe.

En Salinas se venden los mejores tamales de elote. Ya rondamos por La Laguna, vemos la desviación de Tlalixcoyan.

Ya huele a tamales de elote, aparece la geografía pueblerina, La Mixtequilla, El Corralito, el contraste entre la modernidad y lo clásico, un Oxxo pegado a la carretera.

Uno de los miles que hay en el país, el conglomerado más grande de venta de frituras de chatarras.

Una patrulla de la federal de caminos a las vivas, multan a un pobre chatarrero.

Los campos sembrados de piña, a ambos lados de la carretera. Aquí llega uno a Loma Bonita, Oaxaca, la ciudad de las tres mentiras: ni está situada en una Loma, ni es Bonita, ni es Oaxaca, piensan y viven como veracruzanos.

Como Santillana del mar, en la Cantabria española: ni es Santa, ni es llana y no tiene mar.

Los sombreros de palma a 25 pesos. Los de tres pedradas, que usan los rancheros y lecheros de esta zona.

Los del campo, pues.

El presidente Echeverría, en su paroxismo de locura, creó un aeropuerto internacional en Loma Bonita, no pensaba mal el hombre, era para que desde allí se exportara la piña al mundo, lo que pasa es que en aquel tiempo los narcos se vieron más listos y la utilizaron para el trasiego de la droga.

Hasta que un día llegó el Ejército y la selló.

Hoy habrá algarabía en el pueblo, mucha gente, aunque las marchantas dicen que menos que el año pasado.

Llegan de todo el país, el parque es una romería, conjuntos tocan música grupera. Los puesteros a las vivas.

Vigente la casa de Rafaela Murillo, donde se venden las blusas bordadas a mano y los trajes de jarochas típicas, por encargo siempre.

Tlacotalpan es Pueblo Mágico. Bello. Único.

Y tiene un rio y una virgen.