209 años sin Morelos
Por Sergio González Levet
El 22 de diciembre de 1815 fue fusilado el cura José María Morelos y Pavón en San Cristóbal Ecatepec, un pueblo que formaba parte de la intendencia de México y que ahora es un municipio del Estado de México.
Don José María se había unido el 20 de octubre de 1810 a la revolución de independencia de Miguel Hidalgo y Costilla, quien había sido su maestro en el Colegio de San Nicolás y lo nombró jefe de las fuerzas insurgentes del sur de México, que abarcaban los estados de Morelos, Guerrero, Puebla y Michoacán.
En ese encuentro personal, que fue el último que tuvieron en sus vidas, Hidalgo le encomendó que tomara el puerto de Acapulco, con lo que podrían controlar todas las mercancías que llegaban al país desde Asia.
A la muerte del cura Hidalgo, la jefatura de la insurrección de independencia quedó en manos de Ignacio López Rayón, y el cura Morelos reconoció su liderazgo, que terminó por caer en sus manos en la medida en que fue ganando terreno en el campo militar.
Al don José María se fueron uniendo personajes que entrarían a la puerta de la historia nacional, como Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Mariano Matamoros.
Y a lo militar, el cura michoacano sumó también su calidad de estadista, pues se preocupó por dar al país naciente la fuerza legal de una constitución.
Sus esfuerzos en ese campo empezaron por la creación del Congreso de Anáhuac, que sesionó en Chilpancingo de septiembre a noviembre de 1813 y culminó con la presentación de Los Sentimientos de la Nación, un documento que fue el germen y modelo de las subsecuentes constituciones que han regido a las instituciones y los ciudadanos mexicanos.
La primera de ellas fue la que aprobó el Congreso de Anáhuac el 22 de octubre de 1814.
Hasta aquí me he ceñido al juicio de la historia oficial, ésa que presenta a nuestros héroes como personajes impolutos, perfectos; puros en su honestidad y sus convicciones.
Pero el cura Morelos, al igual que don Miguel Hidalgo, era un hombre de su tiempo y vivió de acuerdo a él.
Por ejemplo, hace dos siglos la condición de ascetas sexuales no era precisamente una virtud que cultivaran los hombres de la Iglesia.
Juan Nepomuceno Almonte, que fue un notorio conservador ya más entrado el siglo XIX, era hijo natural de Morelos, y creció con él en la parroquia de Carácuaro y en los años arduos de la guerra.
Y dicen que don José María había tenido y tuvo varias mujeres más, condición que era tolerada por sus feligreses.
Igualmente, la historia real consigna (y lo oculta la oficial) que la tortura de la Santa Inquisición hizo que se doblara su espíritu guerrillero.
El gran héroe terminó abjurando de sus deseos independistas y pidió la absolución en el último momento de su muerte.