EL LADRÓN Y EL POLÍTICO

Por Sergio González Levet

Iba una noche un político mexicano caminando por una calle alejada, una senda más oscura que la lujuria de sus deseos y más honda que su ansia de poder y de riquezas, en ese orden.

Como por arte de magia, apareció de un entresijo en un muro una persona embozada, un asaltante que se descubrió en su oficio ruin cuando le gritó al hombre en medio de la soledad de la avenida:

—Dame todo lo que tengas o me veré en la necesidad de tomar tu vida —esa forma de expresión no era suya originalmente porque la había tomado de un cuento de Ambrose Bierce (en la famosa traducción al español del uruguayo Jorge Ruffinelli, publicada por Edhasa en 1992).

En esa historia del genial periodista norteamericano aparecía un ladrón que así conminaba a su víctima; el villano no había hecho otra cosa que aprenderse la frase, y la empleaba para iniciar sus propios latrocinios.

El político tardó unos segundos en reponerse del susto, habituado como estaba a que día a día intentaran sorprenderlo para quitarle un cargo o una posición, y le contestó al delincuente con todo aplomo:

—Si se trata de que te dé todo y me das la oportunidad de decidir, tal vez preferiré mejor que tomes mi vida.
Mira, “todo” significa para mí el patrimonio que he logrado juntar a lo largo de mis años de carrera en el sector público y a lo corto de mi conciencia, a la que he tenido que acallar tantas veces para ir añadiendo a mi fortuna personal unos millones por acá, unos terrenos mal habidos por allá, unos moches disfrazados por acullá.
Imagina que tuviera que cometer de nuevo todas esas corruptelas.
¡No! Porque aunque no lo creas, yo soy un patriota y amo a mi país, y no soportaría volver a hacerle tanto daño como el que le hice.

El ladrón se quedó pasmado.

No sabía qué hacer ante la situación inédita que se le presentaba con este político tan cínico como bizarro.

Mira que obligarlo a que se convirtiera de ladrón en asesino solamente por una ocurrencia moral o quién sabe de qué origen.

—Pues algo me vas a tener que dar, porque tu vida no me sirve para nada —replicó el bandido—.
Ni modo que me ponga a vender tu cadáver en un crucero.
Y como ya me di cuenta de que eres un político, seguramente ni tu esposa ni tus hijos ni tus jefes querrían abonar un centavo para rescatarte.
—Se nota que eres un buen conocedor de hombres, porque has adivinado mi oficio y las pésimas condiciones sentimentales en las que vivo. Y además hiciste un rápido diagnóstico de mis posibilidades mercadológicas como víctima.

En aras de la brevedad, sólo diré que el político y el facineroso estuvieron platicando un buen rato, y después de descubrirse uno al otro los secretos de sus profesiones respectivas llegaron a una conclusión que fue satisfactoria para ambos.

¡Decidieron asociarse y crear un partido político!

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