Julio no paga
Por Sergio González Levet
A riesgo de que esta columna termine pareciendo una sucursal de Profeco, no puedo dejar de referirme a lo que me dice una muy querida corresponsal -lo son todas- sobre un problema que tuvo y tiene en una de las sucursales de la exclusiva marca Julio, específicamente la que está en la Plaza Américas de Xalapa.
Me cuenta nuestra amiga que aprovechando la bonanza aguinaldera de diciembre decidió hacer una inversión en un par de botas de buena calidad, tan útiles y necesarias en estos tiempos de nortes y lloviznas.
Entró entonces a la mencionada tienda de Julio y por principio no tuvo la atención que podría esperar cualquier clienta en un lugar tan distinguido.
Notó que la capacitación indispensable en ese tipo de negocios no había llegado a su personal, y por eso encontró, si no un trato grosero, sí una cierta desfachatez de las empleadas, que dejaban notar su disgusto por tener que laborar y su falta de entusiasmo por proporcionar información a las visitantes.
Llegó nuestra heroína y pidió unas botas de su número, se midió la del pie derecho, le gustó, las pagó y se fue muy contenta a casa con su compra.
Pero -¡oh destino, oh Hades!- resultó que el par de botas no coincidía en el número: una era del 4 y la otra apenas del 3 y medio.
Así que una bota le quedaba amplia y cómoda y la otra, apretada (o al revés, quizás: una le quedaba justa y cómoda y la otra, muy grande).
Pongámonos en los zapatos (o las botas) de nuestra protagonista: había hecho una inversión notable, tuvo que soportar los malos modos de la empleada que la (des)atendió, cargó la incómoda caja hasta su domicilio… y no obtuvo el resultado que esperaba.
Cualquiera se desilusiona, o cuando menos se enoja brutalmente.
Hizo un verdadero esfuerzo para encontrar la paciencia que necesitaba, guardó las piezas desatinadas y decidió acudir al día siguiente para que le dieran el par correcto.
Llegó a la sucursal de Julio en tiempo y forma, se acercó al mostrador y comedidamente le hizo ver su error a la empleada desatenta.
De entrada, ésta quiso echarle la culpa a la quejosa, pero ante la evidencia certera no tuvo más que admitir que había cometido una burrada.
Pero –¡oh destino, oh Hades!-, le terminó por decir que no tenían las botas que completaban ambos pares.
O sea, que no había otra del 3 y medio y menos una del 4.
¡Y trató de que la clienta se llevara las botas tal cual!
Seguramente pensó que un 50% de comodidad era un índice tolerable al caminar.
Para no alargar más, quedaron en la sucursal de Plaza Américas de devolverle su dinero, pero le informaron que sería a través de una transferencia bancaria.
Y resulta que la negligente empleada se ha tardado en mandar la solicitud a los contadores de la empresa.
Han pasado 15 días, y es la fecha en que Julio no paga.