Natalia Lafourcade, en concierto
Por Sergio González Levet
Natalia es arte y esencia, alma y voz (que es susurro de palmas, ternura de brisa).
Se formó musicalmente desde Coatepec para el mundo, al abrigo de la paciencia didáctica de su madre, la maestra María del Carmen Silva Contreras, quien creó para ella y para su voz única el método Macarsi de enseñanza musical, que ha regado dones por todos los resquicios de la musicalísima tierra jarocha.
Su padre es también músico y maestro de músicos, el chileno-mexicano Gastón Lafourcade Valdenegro, y no podía ser menos para la eclosión de arte que burbujea a borbotones en todas las manifestaciones de nuestra diva forjada tal en Coatepec.
La formación de Natalia (qué ganas de llamarla Nati, como seguramente le decían, niña aún y rebosante de picardía, en las escuelas y las calles y las fincas de la tierra del café, de su tierra veracruzana)... su formación, entonces, se dio entre las maravillas de la creación natural, hechas belleza pura a fuerza de humedad y de orquídeas.
Pero ahí en esa tierra mágica también abrevó del conocimiento con artistas y creadores de alto nivel, todos esos que pululan en la región cultural de la Atenas Veracruzana.
Natalia Lafourcade ha hecho una carrera profesional firme, portentosa e inolvidable como casi nadie en México, incluidos los grandes señores de la música. Su CV dice que es “cantante, compositora, actriz, productora musical, arreglista, diseñadora, activista y multinstrumentista mexicana”, aunque Wikipedia se queda corta al no señalar que es genial en cada una de esas ¿actividades?, ¿vocaciones?, ¿vidas?
Decir los reconocimientos a su arte es apenas esbozar la grandeza de su creación: cuatro Grammys, 17 Grammys Latinos, cinco premios MTV Video Music Awards Latinoamérica; ninguna mujer ha logrado tanto.
Sin embargo, todas esas medallas y trofeos y diplomas no dicen plenamente lo que Natalia es para la música mexicana, porque además de autora e intérprete ha sido la mecenas que ha mantenido la viveza del son jarocho con sus aportes de amor y tenacidad al lado de Los Cojolites y del gran Ricardo Perry, colega querido de la Facultad de Letras de la UV. El Centro de Documentación del Son Jarocho en Jáltipan revivió de entre sus escombros después del terremoto de 2017 gracias a la magnanimidad de nuestra artista. Desde entonces, cada canto y cada taconeo que se oye en la renovada casa tiene el sabor y el olor y el corazón de Natalia Lafourcade.
Y me faltó hablar de cómo hizo llorar al gran director Gustavo Dudamel en el Hollywood Bowl cuando cantó con su orquesta Mi tierra veracruzana, de cómo la respetan tantos y tantos músicos, de cómo le dio nueva vida a las canciones inmortales de Agustín Lara, de…
Natalia es eso, pero mucho más. Y acá en Veracruz sabemos qué tiene su voz que fascina y qué tiene su voz tan divina, que en mágico vuelo le trae consuelo al corazón jarocho.