¿Por qué nomás 48?

Por Sergio González Levet

Por lo general, la historia sí es muy seria en sus cosas y en sus cuentas.

Por eso, hay algunas cifras que permanecen consolidadas en la memoria colectiva y perduran en el tiempo.

Los 41 de Porfirio Díaz y su yerno juguetón, el millón de muertos en la Revolución Mexicana, los “ni menos de 40 ni más de 30” de Gustavo Díaz Ordaz ante la matanza de Tlatelolco, los 43 de Ayotzinapa, son guarismos que la gente identifica y reconoce de inmediato.

Podríamos decir que ante este hecho, el queridísimo (diría la Luisa) señor Presidente de la República también quiso ser protagonista (como en todo) y está tratando de aportar una cantidad específica de su creación que se integre al salón de la fama de los números tan definitivos como históricos.

Tal vez de ahí la entecada necedad de plantarse en 48 como el número mágico de los fallecidos por el huracán Otis en Acapulco.

Ya le pueden decir lo contrario los familiares de los marineros que no aparecen y estaban en los cientos de yates hundidos por la fuerza del viento y las olas descomunales; ya le pueden terciar los dueños de funerarias del bello puerto, que no se dan abasto con la dotación de ataúdes que no fueron llevados por las aguas; ya le pueden contradecir la reducida cantidad los reporteros que han cubierto con valentía los días siguientes y que huelen todos los días el hedor de los cadáveres putrefactos sepultados bajo las montañas de basura…

—Nooooo —contesta airado el patriarca desde su podio omnipotente—, solamente hubo 48 muertos, no los 2 mil que hubo en Nueva Orleans con Katrina en agosto de 2005, ni los 800 que dejó Mathew en octubre de 2016 en Haití (pero tampoco nadamás los 8 fallecidos por el ciclón Wilma en octubre de 2005 en Cancún).

Y de ahí no pasa AMLO, y al parecer no pasará. Para la fanaticada chaira, 48 será la cifra mágica (como lo es las 7 pm para el beisbol).

Y su Mesías se empeña en quedar en la historia igualmente por ese bonito número, al que va agregando la cantidad decreciente de los desaparecidos, que finalmente va a desaparecer en cero por gracia de la invención cuatrotera.

Si alguien se atreve a decir que es otra la cifra real, aunque sea apenas un cuartito de muerto más, el señor se encabrita, se encrespa, se mesa la parte en donde podría tener la barba y lanza el anatema:

—¡Conservas! ¡Viles! ¡Oligarcas! ¡Vendidos! ¡Chayoteros!

En el universo del discurso de los complots inventados por Andrés Manuel, ha llegado esta nueva intriga de los traidores de la patria, sus adversarios, que una vez más se atreven a disentir de la palabra presidencial.

—Fueron 48, serán 48 y seguirán siendo 48 los fallecidos —grita, exclama y amenaza.

Y cuidado con que usted ande diciendo lo contrario, porque podría convertirse en el número 49.

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