Por Andrés Timoteo

Y LOS SIGUEN BUSCANDO


El lunes se cumplieron cincuenta años del Golpe de Estado en Chile perpetrado por el ejército y que originó una de las dictaduras más sangrientas del continente con el general Augusto Pinochet a la cabeza. Durante 17 años, hasta 1990, los militares gobernaron usando el terrorismo de Estado que se extendió al extranjero.

Pinochet se alió con otros tiranos de la región -de Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Nicaragua, El Salvador – para perseguir y asesinar a opositores y críticos que salieron del país. Fueron el crimen organizado de la época teniendo como capos a los mandatarios en el poder.

Ahora, las celebraciones conmemorativas en Chile se dieron en medio de la división política, la ineficiencia en que la resultado el gobierno del izquierdista Gabriel Boric, el maltrato a las víctimas de la dictadura o a sus sobrevivientes, y lo más peligroso, un revisionismo histórico promovido por la ultraderecha política que añora la dictadura militar.

Es sorprendente que un buen porcentaje de la población chilena considera necesario que regrese un gobierno militar a poner orden en la cosa política y gubernamental. Eso significa que los gobiernos civiles y democráticos que le siguieron a los regímenes militares no cumplieron con las expectativas generadas.

El recordatorio del inicio de la dictadura chilena involucra a México y otras naciones latinoamericanas que han padecido terrorismo de Estado, pero sobre todo que actualmente registran una violencia desatada que baña en sangre territorios enteros, que llena las calles de cadáveres, los predios de fosas clandestinas y los afiches con personas desaparecidas.

No es dictadura formal la del crimen organizado, pero sí tiene rasgos parecidos a lo que perpetraron los golpistas y déspotas de los 70s y 80s, sobre todo por la implicación del aparato de Estado. También por el largo camino de la sociedad para conocer el número real de víctimas.

En Chile hubo 38 mil 254 personas torturadas, mil 747 asesinadas y mil 469 desaparecidas. De estas últimas, solo 307 se han logrado encontrar sus restos e identificarlos. Del resto, mil 162 personas, no se sabe nada. Ya han pasado cincuenta años y los chilenos siguen buscando a sus desaparecidos.

¿Qué será entonces de México que ya lleva 112 mil desaparecidos?, ¿Cuántos años o décadas pasarán los mexicanos buscando a sus extraviados?, ¿Cuántos para saber que les pasó - -quién o quiénes los secuestraron, por qué, dónde estuvieron sus restos, etcétera-?

Hay algo que también aterroriza: tal vez nunca se sepa, tal vez nunca se encuentre a todos. Contra esas posibilidades fatídicas es la lucha a dar y sostener porque hay facinerosos que apuestan por el desistimiento y el olvido.

ESPEJOS DEL SUR

En tres años Argentina también conmemorará el cincuentenario del inicio de su última dictadura castrense tras el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y que duró ocho años, hasta 1983, bajo una Junta Militar en la que el general más pérfido fue Jorge Videla, equiparable a Pinochet.

A pesar de que la dictadura argentina fue nueve años más corta que la chilena, también fue más sanguinaria. Hay una danza de cifras en torno a las víctimas, pero todas son superiores a las de Chile. Se ha dicho que fueron 7 mil personas fueron asesinadas, unas 100 mil detenidas y torturadas, 300 mil que huyeron del país y entre 8 mil y 30 mil desaparecidos.

Este último dato es un ‘nudo gordiano’ pues nadie se pone de acuerdo. Hay más de una decena de reportes de diversas instituciones, incluyendo la ONU y la Iglesia Católica, que dan diferentes números. Los más citados son los de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) que documentó en su informe de 1984 a 8 mil 961 desaparecidos.

El otro es el sostenido por las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, las buscadoras por antonomasia de los ausentes, que es de 30 mil. Y así en Argentina llevan casi cinco décadas discutiendo sobre cuántos desaparecidos hubo y el mismo tiempo buscándolos.

Chile y Argentina son espejos en los que México debe mirarse y prepararse para un larguísimo camino de búsqueda de sus desaparecidos. Muchos de la actual generación no verán el resultado de esa búsqueda. Las siguientes generaciones lo podrán hacer si hay voluntad política de los gobernantes o de lo contrario seguir con la exigencia, el rastreo y removiendo la tierra.

Son espejos porque hace medio siglo allá comenzaron a procesar las desapariciones forzadas, a establecer métodos de búsqueda, a organizarse en brigadas civiles, a usar los instrumentos científicos como las pruebas forenses de ADN y los bancos de información genética así como a organizar la resistencia a través del tiempo.

Espejos y también hojas de ruta en cuanto a la justicia transicional, la documentación histórica del suceso y la memoria colectiva comenzando por el rol importantísimo de las Comisiones de la Verdad tras los años de espanto y terror de Estado, algo que en México se ha quedado en intentos fracasados.

CANDIL DE LA CALLE

El presidente Andrés Manuel López Obrador estuvo como invitado en los actos conmemorativos en Chile, entre ellos el homenaje luctuoso al presidente comunista Salvador Allende, al que cita a menudo pero del que no honra ni su enseñanza política ni su legado histórico.

Por ejemplo, allá en Chile López Obrador exigió que nunca más los militares en poder y nunca más la muerte masiva de personas, pero México ha empoderado tanto al ejército que este ya controla buena parte del aparato oficial, goza de presupuestos abultados y de impunidad garantizada.

Al mismo tiempo hay un tiradero de muertos y desaparecidos por todo el país porque el tabasqueño prefiere abrazar a los verdugos que combatirlos. Es candil de la calle y oscuridad de su casa.


Ah, y en la prensa internacional pasó casi desapercibido López Obrador en el obituario chileno. Nadie reprodujo sus alegatos y divagaciones. Nunca aprovechó la oportunidad de asumir un liderazgo trascendente en Latinoamérica. Se quedó en el localismo empobrecedor, según el clásico.

*Envoyé depuis Paris, France.