Por Andrés Timoteo

ÉRAMOS MUY POBRES

Hace un siglo llegó a París un reportero americano que quería ser novelista. Tenía 22 años y arribó como corresponsal del diario Toronto Star.

Se llamaba Ernest Hemingway.

Era finales del 1921, él y Hadley Richarsond, su primera esposa, padecían apuros económicos por lo que su estancia en el Hôtel d'Angleterre, ubicado sobre la rue Jacob -'rue' es calle- fue de apenas dos semanas.

El salario del periódico canadiense no le alcanzaba para costear ese hospedaje y siguió el consejo de su amigo Sherwood Anderson, que en ese entonces ya era escritor, de alquilar un pequeño apartamento en el Barrio Latino -no porque habitaran latinos sino porque en la Edad Medía era el distrito universitario, sede de La Sorbonne y allí todos hablaban latín, el idioma de los cultos-.

Y se mudó al tercer piso del edificio número 74 de la rue du Cardinal Lemoine donde vivió hasta 1923 y escribió varias de sus obras icónicas como "My old man" -"Mi viejo"- y "A very short story" –"Un relato muy breve", además logró que una pequeña editorial parisina, Three Mountains Press, le publicara su primera colección de cuentos llamada "In our time" -"En nuestro tiempo"-.

Eran quince cuentos, entre ellos una primera versión corta de "Mi viejo", que salió a la luz en 1923 con ayuda del también periodista William Bird, dueño de la imprenta.

En su estancia de la rue Cardinal Lemoine – actualmente cerca de allí vive la escritora y corresponsal de La Jornada para temas culturales, Vilma Fuentes – y abrevando de París de la segunda Belle Époque con otros grandes de las letras, el periodismo y otras artes, Hemingway atesoró vivencias, amistades, sabores, olores, sentires y alegrías que décadas más tarde los plasmó en "Paris était une fête" -"París era una fiesta".

La obra fue, por supuesto, publicada de manera póstuma en 1964 pues el escritor falleció tres años antes, en 1961. El manuscrito que rescataron sus herederos era el legado autobiográfico de la época más feliz de su vida, según sus propias palabras.

En la fachada del edificio número 74 de la rue Cardinal Lemoine se conserva una placa de mármol con la leyenda: "De enero 1922 a agosto 1923 vivió, en el tercer piso de este inmueble, con Hadley, su esposa, el escritor americano Ernest Hemingway (1899-1961)".

"El barrio, que él amaba sobre todos, fue el verdadero lugar de nacimiento de su obra y de un estilo desenfadado que la caracteriza.

Este americano en París mantenía relaciones familiares con sus vecinos, notablemente con el organizador del bal-musette contiguo -un espacio para el baile y que devenía en bar para bohemios-".

"'Así era el París de nuestra juventud, en el tiempo en que éramos muy pobres pero muy felices'. Ernest Hemingway. París era una fiesta. Asociación de la Memoria de los Lugares", finaliza la placa.

Y en efecto, Hemingway no solo frecuentó los bares, cafés y salas de fiesta parisinos como "La Coupole" o "La Closerie des Lilas" que reunía a la crema y nata de los artistas de la época sino dio cuenta de todos los del Barrio Latino. No podía ser de otra manera.

Su apartamento estaba unos pasos de la Plaza de la Contrescarpe, lugar que aparece en todos los libros de enseñanza del francés y próximo a una de las calles más insignes y antiguas de la ciudad, la rue Mouffetard que desciende una colina desde tiempos de los celtas.

Su trazado tiene cuatro mil años pues data de la Edad de Hierro y se conservó cuando los romanos conquistaron la Galia.

No es una calle enorme sino más bien estrecha, de unos 7 metros de ancho y poco más de 700 metros de largo, pero emblemática de la Ciudad Luz.

LA BRUJA DE LA CALLE

Si se quiere vivir el París cotidiano, no el turístico, se debe recorrer esa calle llena de cafeterías, bares -acá les llaman 'brasseries'- restaurantes, creperías, queserías, chocolaterías, panaderías y, en plena vía, de lado y lado, puestos de mil cosas: fruta, carnes, vinos, pescados, los infaltables 'souvenirs' y el aderezo: los mimos, músicos, marionetas y los imperdibles "poetas andantes".

¿Quiénes son estos últimos? Jóvenes sentados en un pequeño taburete con una maquina de escribir -mecánica y mientras más antigua mejor– que te escriben un poema al instante a cambio de unos cuantos euros.

Toda esa vía empedrada está llena de historia y leyendas.

Por dónde se mire o se pise hay algo que contar. En uno de sus edificios se encontró un tesoro, 3 mil 556 monedas de oro que en 1757 Louis Nivelle, tesorero del parlamento durante el reinado de Luis XV, escondió en un muro.

En otros estaban bares donde se reunían los revolucionarios. Y en otro más albergaba el apartamento de soltero del Marqués de Sade donde fue arrestado por primera vez, en 1763, debido a sus escándalos y libertinaje sexuales.

Víctor Hugo cuenta en "Los Miserables" que esa calle era como un laberinto medieval donde por reinaban los bandidos y privaba el 'toque de queda' para los ajenos.

En los años sesenta del siglo pasado, la calle se hizo célebre por la leyenda de "La bruja de la calle Mouffetard" del escritor Pierre Gripari que narra las peripecias de una hechicera que para mantenerse joven por siempre se tiene que comer a una niña, vecina del lugar, pero a la que nunca pudo atrapar.

En el restaurante "L'Assiette aux fromages" -"El plato de los quesos"- se come uno de los mejores 'fondues' de queso roquefort de París, un desafío para los 'gourmets' que aman lo extremo.

Si el roquefort a base de leche de oveja con sus hongos que lo tiñen de azul y verde despide un olor intenso y un sabor potente, imagínenlo -y saboréenlo- derretido en una salsa. Irónico porque se dice que Mouffetard deriva de la palabra 'moufette' o zorrillo pues durante la Edad Media había basureros que apestaban el lugar.

Y México está presente en Mouffetard pues hace veinte años funcionó allí el restaurante mexicano "El Zócalo en París" -ya cerró- y desde el 2012 está el "Bocamexa" en el número 127 aportando pozole, tacos, salsa picante, burritos y cervezas aztecas a la fiesta callejera de París. (Servido maestro).

*Envoyé depuis Paris, France.