Por Andrés Timoteo
LA HOGUERA
Hay una revuelta en las redes sociales que no puede quedar sin análisis porque retrata, y desnuda, a la sociedad mexicana que en determinados momentos saca lo mejor y lo peor al mismo tiempo. Es el caso de los tres hermanos integrantes del grupo musical “Yaritza y su esencia” que provocaron la “indignación” -así entrecomillas- nacional.
Lo que detonó la convulsión digital fueron sus expresiones políticamente incorrectas en entrevistas o transmisiones en vivo. A groso modo: que no les gusta la comida preparada en México, que en Estados Unidos tienen mejor sazón, que solo comen ‘chicken’ – alas de pollo- refiriéndose a la comida rápida, que evitan el picante y que prefieren comunicarse en inglés, no en español. Y ¡pum!, los desollaron en las redes sociales.
Vaya ingenio de los usuarios de esas plataformas. Videos, ‘memes’, chistes, historietas, montajes, parodias y hasta propaganda comercial aprovechando el exabrupto. Es un fenómeno comunicacional porque los internautas lucieron su ingenio y creatividad. Hay material para reírse y asombrarse. Claro, no todo es de calidad, pero algunos están muy bien hechos aún con los recursos escasos de los desocupados en la web.
Y a la vez salió lo peor de una sociedad la cual con el pretexto de sentirse agraviada recurre al chauvinismo y el nacionalismo retardatarios, al racismo, al ‘bullying’ cruel y hasta a encomiar la polución ambiental. Sí, salir en defensa del refresco en bolsa es algo nocivo.
El plástico -la bolsa y el popote – es uno de los contaminantes más agresivos que ensucia los mares y mata su fauna. En el afán de descalificar a esos jóvenes equiparan dicha práctica contaminante con un ritual identitario. Esa es la lógica de los zopencos y uno de los lados más peligrosos del fenómeno mediático en cuestión.
Igual cuando se puya a los adolescentes parodiándolos con las pencas del nopal, con el personaje de la India María y hasta con los perros xoloitzcuintles. El ‘bullying’ es brutal y altamente xenófobo. La turbamulta digital aprovecha la ocasión para hacer una catarsis a la mala.
Encendieron una hoguera donde están quemando a los chamacos y en aras de un nacionalismo de oportunidad sacan los tratos y expresiones más peyorativos que tienen en el subconsciente. Los psicoanalistas dirían que al grupo musical lo usan de carnero de sacrificio para expiar los pecados de una sociedad muy hipócrita.
¿Cómo aporrear a unos jóvenes tontos y mal asesorados cuando se glorifica a otros que son peores con el país y la llamada ‘raza de bronce’? ¿por qué no hicieron lo mismo con Donald Trump cuando ofendía -y lo sigue haciendo – a los mexicanos?
Muchos de los que ahora se desgarran las vestiduras son los mismos ‘chairos’ que ¡apoyaron a Trump y su bulo de que le robaron las elecciones en el 2020 solo porque el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador tomó partida por el gringo anaranjado! Falsos y oportunistas.
JOACHINGTON Y MINAYORK
Otra muestra más aldeana de tal hipocresía son las ofensas de la exreina del carnaval de Veracruz, Yerania Cruz, hacia los chicos por renegar de su tierra ¡cuando ella hizo exactamente lo mismo! Nadie lo olvide: despreció la fiesta jarocha, decía que no le gustaba la ciudad y hasta anunció que se iba a vivir a España porque no soportaba a México ni a los mexicanos.
¿Y cuando se quejó del INE porque en la fotografía de la credencial para votar salió muy prieta y trompuda -o sea muy mexicana-? Ahora se ‘muerde la lengua’ apostando a la desmemoria colectiva. Ella es la muestra representativa de una turbamulta digital muy inculta, muy mustia y muy estólida.
Lo mismo con los otros que en las redes sociales se dicen insultados por las preferencias culinarias y la pronunciación de las palabras de los jovenzuelos mientras acomodan los nombres de sus pueblos y ciudades con el idioma o las urbes norteamericanos para el ‘caché’ -distinción- fonético.
A Minatitlán sus lugareños le dicen “MinaYork”, “Houspan” a Tuxpan por eso de Houston, “LittleFlag” a Banderilla, “BlackStone” a Piedras Negras -en Tlalixcoyan – y “Joachington” a Joachín, la ranchería de Ignacio de la Llave. ¿Y qué decir de las banderas con barras y estrellas en casas de Teocelo y Landero y Coss pues sus migrantes prefieren colocar el lábaro gringo que el mexicano?, ¿eso no es ‘malinchismo’?
¿Y aquellos que se van un tiempo a Estados Unidos y regresan con la indumentaria, corte de cabello, vocabulario y la preferencia musical de aquellas tierras? No es pecado ni delito, tienen todo el derecho de hacerlo, y no les hacen ‘bullying’ ya están normalizadas tales adopciones culturales.
Esa nuevas costumbres e identidades que acarrean los transmigrantes -los que van y vienen- son, por el contrario, objetos de admiración y metas aspiracionistas para los que permanecen en suelo mexicano. Ah y en este espacio no se hace una defensa de los malmodientos de “Yaritza y su esencia” pues bien ganadas se tienen las críticas. No, lo importante es leer el fenómeno desde sus aristas sociales.
Ellos son mexicanos por genética, pero en lo consuetudinario son estadounidenses. Nacieron -dos de ellos- y/o crecieron en el país vecino. Se criaron con el idioma y la idiosincrasia norteamericanas, no podía ser de otra forma si buscaban adaptarse al entorno. También es natural que piensen que la mejor sazón en la comida está allá pues es lo que conocen.
En la película animada “Ratatouille” -el nombre no es por la rata que aparece sino por un platillo francés que es un estofado de verduras- el reconocimiento al chef que prepara el guiso es porque al jurado le recordó la sazón de la mamá cuando su infancia. Lo excepcional del platillo fue el recuerdo gustativo de la cocina materna, no porque haya sido una maravilla gastronómica.
Así pasa con estos chicos que ahora achicharran en la hoguera digital. Por ello, antes de excederse en los escupitajos cibernéticos hay que recordar al filósofo José Ortega y Gasset: Soy yo y mi circunstancia, y sino la salvo a ella, no me salvo yo.
*Envoyé depuis Paris, France.