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TEXTO IRREVERENTE | LAS ANÓNIMAS - De muy pocas se conoce el nombre. María -había al menos cuatro con ese patronímico-, Magdalena, Susana, Marta, Juana y paren de contar. A casi todas se les menciona...

De muy pocas se conoce el nombre. María -había al menos cuatro con ese patronímico-, Magdalena, Susana, Marta, Juana y paren de contar. A casi todas se les menciona nada más por el lugar donde vivían o...

Por Andrés Timoteo

LAS ANÓNIMAS

De muy pocas se conoce el nombre. María -había al menos cuatro con ese patronímico-, Magdalena, Susana, Marta, Juana y paren de contar.

A casi todas se les menciona nada más por el lugar donde vivían o por ser esposas o madres de algún varón.

Sin embargo eran muchas, unos dicen que diez y otros que hasta setenta.

Todas conocieron y seguían a Jesús, el profeta, aunque eso no les valió para que los evangelistas -varones todos, para no variar- las nombraran o al menos las enumeraran.

¿Discriminación o misoginia evangélicos?

Ambas cosas, eran tiempos de patriarcados tremendos, no solo en la cultura hebrea sino en todas las civilizaciones de la antigüedad.

De las que se conocen sus nombres, la más destacada es, obviamente, Miriam o María de Nazareth, la madre.

Por ella hay toda cultura mariana en el cristianismo.

La segunda es María de Magdala, generalizada como María Magdalena, sobre la que se ha especulado de todo.

Los patriarcas de las iglesias cristianas la encasillaron en el prototipo de la pecadora, la prostituta, la poseída por demonios, pero que convirtió luego de que Jesús la sanara de la “posesión” satánica.

Algunos dicen que ella fue su pareja sentimental, por eso el odio machista de los patriarcas vetustos y nuevos.

Otras Marías son María madre del apóstol Jacobo El Menor y María “de Cleofás”, así la citan como si fuera una posesión, que fue la tía política de Jesús pues Cleofás era hermano José, el padre terrenal del profeta.

Marta de Betania fue hermana de Magdalena y la única mujer -a parte de María, la madre- que encaró abiertamente a Jesús recriminándole por no haber llegado a tiempo mientras agonizaba Lázaro, el hermano que luego fue resucitado.

Ella se atrevió a hacerle un ‘pancho’ al Hijo de Dios. Muy ‘sacale-punta’ tal vez porque se sabía la cuñada.

Susana es otra citada por su patronímico en la Biblia.

Fue seguidora del predicador, pero hay duda si se trata de la hemorroísa que se curó al tocar su manto o de la viuda que vivía en Nain, un poblado en el Valle de Jezreel, y a cuyo hijo muerto fue resucitado.

Esa mujer cuyo nombre no se dignaron a precisar los evangelistas es de las pocas que vivió uno de los milagros resucitadores y las dos palabras que Jesús le dijo -“No llores”- son la base de la mística tanatológica del cristianismo.

Los evangelios apócrifos ubican a la misteriosa Susana como una ‘apóstola’ en el grupo ampliado tras la muerte de Cristo y el ahorcamiento de Judas.

UNA CORRESPONSAL

Dicen que la Biblia es una compilación de notas informativas, crónicas y reportajes proto-periodísticos – o sea que del periodismo casi primitivo-.

Y una mujer fue una especie de corresponsal para los evangelistas.

Es Juana, esposa de Cusa, el mayordomo del rey judío Herodes Antipas.

Por la posición de su marido, ella se movía por todo el palacio real y se enteraba de las intrigas de la corte herodiana.

Habría presenciado el juicio y la decapitación de Juan El Bautista por los ardides -que contó hasta dialogados- de la reina Herodías y la princesa Salomé contra el primo de Jesús.

También atestiguó la comparecencia de Jesús ante el monarca y las burlas que cortesanas y cortesanos hicieron de él.

Todo eso lo narró a los seguidores del galileo y ellos lo transmitieron de boca en boca hasta que llegó, años después, a los redactores de los evangelios, principalmente Lucas.

Juana fue, pues, una periodista primigenia que dio cobertura informativa a dos juicios de impacto global y milenario.

Sin ella no se habrían sabido muchos de los detalles que hasta hoy en día, y precisamente en Semana Santa, resaltan en la conmemoración de los martirios de Jesucristo y Juan El Bautista.

Del resto de mujeres seguidoras de Jesús poco se sabe, pero fueron los pilares en sus tres años de predicación como rabino andante.

Los historiadores apuntan que ellas se encargaron de la recaudación de fondos para financiar los recorridos del profeta.

Igualmente fueron las primeras en verlo resucitado y en correr a dar la buena nueva, en evangelizar a grito de pulmón sobre el revivido.

Y SÍ LOS ENDEREZA

Mucho se repite que “Dios no concede antojos ni endereza jorobados”, algo falso porque Jesús hizo ambas cosas.

Lucas, el evangelista, narra que sanó a una mujer -anónima otra vez- que estuvo enferma durante 18 años.

“Andaba encorvada y en ninguna manera se podía enderezar (posiblemente padecía osteoporosis aguda, apunte del redactor) pero Él puso sus manos sobre ella y al instante se enderezó”. ¡Éjele, jorobado destorcido!

También le concedió un antojo a su madre cuando en una boda en Caná se agotó el vino y ella lo obligó a convertir el agua de varias tinajas en un caldo exquisito.

Lean el versículo que incluso es divertido pues, ante la reticencia de su hijo, María casi le dijo:

¿Me estás oyendo inútil?

¡Necesitan más vino!, al puro estilo de Paquita la del Barrio.

¡Y antojo concedido!

En algunos evangelios apócrifos se cuenta que Jesús, siendo niño, un día jugaba con otros vecinitos a elaborar animales con barro y sopló sobre una avecilla que enseguida cobró vida echándose a volar ante el deleite y las risotadas de todo el chiquillerío.

Otro antojo concedido, pues.

*Envoyé depuis Paris, France.