Por Andrés Timoteo

SAN ALBERTO
Llueven bendiciones.

Son maná caído del cielo en medio del desierto los aguaceros en Veracruz y buena parte de México de los últimos días.

Un líquido celestial para los pueblos sedientos luego de que en este 2024 se tuvo una sequía tan severa que rompió récords y castigó a millones.

Hasta parecía que se estaba cumpliendo lo que cuentan los viejos en el pueblo de que el castigo de Dios a la humanidad, tras el diluvio universal, ya no será con agua sino con fuego.

Obvio, de eso no hay nada en las escrituras bíblicas, pero los dichos de los ancianos desde hace muchas generaciones adquieren lógica con lo que se ha padecido.

El fuego cae del cielo, seca los ríos y veneros, y todos sufren el calor y sed extremas, aunque nada es gratuito ni por capricho divino sino consecuencia de nuestros actos.

Y no se habla de religión ni de cuestiones místicas sino del comportamiento depredador frente a la naturaleza.

La contaminación, la deforestación y la desertificación ahora pasan factura climática.

La gente se asa y languidece de sed porque se maltrató a la casa común que es la tierra y su entorno natural.

Y lo que son las cosas, si antes se esperaba con temor la temporada ciclónica, ahora se aplaude y se regocija con su llegada.

Ya comenzaron las lluvias, algunas torrenciales y que causan estragos, pero la opinión popular es generalizada: no caen gotas sino bendiciones.

A la tormenta tropical Alberto, la primera en el Golfo de México, ya hasta le quieren levantar un altar por sus nubarrones cargados de agua que alivian la penuria de los veracruzanos y demás mexicanos al menos once estados que están recibiendo sus chaparrones.

Tras Alberto vendrán otras 19 tormentas, algunas con posibilidad de convertirse en huracanes y eso más que miedo eleva las esperanzas.

Vaya fenómeno en el humor social que no se calaba antes.

Por allá de agosto o septiembre tal vez estemos lamentando los resultados de la temporada de huracanes por los destrozos, inundaciones, deslaves, barrancadas y desbordamientos, pero hoy se goza, aunque después se sufra.

Y más porque Alberto fue benigno a su paso por Veracruz: no causó muchos estragos y sí refrescó lo reseco.

Entonces, la voz popular exigen canonizar a los huracanes. A esa divinización nos ha llevado el pago de facturas climáticas.

En Europa apenas está llegando el calor.

En París las temperaturas máximas todavía no rebasan los 24 grados y a partir del lunes se llegará a 29 con tendencia a subir.

En Madrid, España ya se sobrepasó los 30 grados y en la Andalucía, el sur de la península ibérica, ya tocaron los 39 grados.

El verano y sobre todo la canícula europeos son despiadados porque no solo hacen sufrir a la gente por temperaturas que llegan a marcar los 45 grados, sino que matan a mucha ya que el calor intenso es algo exótico por estos lares.

Tan solo en el verano del 2023, 5 mil 167 franceses perecieron a consecuencia de las altas temperaturas y en toda Europa fueron poco más de 60 mil decesos.

BOSQUES MÍOS

Parece que el mundo está en un punto sin retorno, que se llegó al apocalipsis climático, pero todavía hay soluciones.

La misma naturaleza aporta el remedio a largo plazo: los árboles, la vegetación, los bosques. Hay que parar la tala y fomentar la plantación de todo tipo de verdor.

Se debe no solo defender y conservar los bosques primigenios sino crear nuevos.

Ya corre por ahí la voz de alerta y la convocatoria: sembremos árboles en nuestro rededor, hagamos bosques urbanos, adoptemos o apadrinemos un árbol para asegurarnos de plantarlo y de cuidarlo en su crecimiento y cuando sea adulto resguardarlo del hacha o la motosierra.

Enseñemos a los niños a amar a los árboles y cuidarlos porque su vida dependerá de la de ellos más temprano que tarde.

Si es posible habrá que construir parques en cada colonia y si no sembrar árboles en aceras, corredores, camellones y donde se pueda.

Que prolifere el verde como un oasis en medio de los desiertos de hormigón.

Los bosques urbanos y las barreras arbóreas en banquetas dan sombra, filtran el aire, bajan la temperatura -hasta cinco grados-, generan oxígeno, arraigan la tierra para evitar deslaves y ayudan a recargar los mantos freáticos, además de embellecer el entorno e inspirar tranquilidad en los que habitan bajo o cerca de ellos.

Por si eso fuera poco, también son la morada de aves, insectos y pequeños mamíferos -ardillas, murciélagos, zarigüeyas-.

Las mariposas, llamadas cartas de amor en colores, vuelan entre ellos lo mismo que las abejas y los cocuyos.

Los árboles son medicina y también agasajo visual.

"¡Sembrémoslos, pero también cuidémoslos!", fue el eslogan de una exitosa campaña de reforestación urbana en San Miguel, Argentina, cuando en el 2021 vivieron el peor verano y se impusieron el reto de los bosques urbanos creando cinco que hoy prosperan.

Eso hay que copiarlo y, sobre todo, involucrar a niños, adolescentes y jóvenes.

Enseñarles que los árboles son, literalmente, tablas de salvación o como dijera el poeta Tagore:

"Bosque mío, abrázame con tus ramas./ Abanícame que me falta el aire./ No respiro, ayúdame a vivir".

*Envoyé depuis Paris, France.