ETCHOHUAQUILA, Son. (Proceso).– Ya no es el indescifrable, polvoriento y pedregoso el camino. Ahora, para llegar a este ejido, claros señalamientos en la carretera y una brecha bien trazada y en magníficas condiciones conducen al visitante hasta el sitio mismo donde Fernando Valenzuela construye una casa de tres millones de pesos.
Pero no es eso lo único destacado en Etchohuaquila, porque los casi 250 habitantes cuentan ya con más agua potable, trazo de calles, una casa de cultura, alumbrado público de luz mercurial y antes de que finalice el año tendrán un estadio de béisbol que llevará el nombre del prodigioso zurdo de los Dodgers.
Todo eso logrado en sólo diez meses por ese joven que, sin proponérselo, con cada lanzamiento hace más para su pueblo que líder alguno hizo en más de 50 años de existencia del ejido.
Por eso dice Avelino Lucero que este lugar fue bendecido por Dios “cuando nació Fernando”.
Eso dice este hombre de 35 años que hace cinco llevó al jugador a pisar un verdadero diamante, que lo seleccionó para representar a Navojoa en un campeonato estatal, que lo recomendó a Raúl Cano, entonces manager del Puebla, que llevó a sus padres a verlo jugar en Los Ángeles, que lo trajo la temporada pasada a jugar con los Mayos cuando nadie creía que lo lograría, que fue su padrino de bodas y que finalmente, como él mismo dice, ama “entrañablemente a la familia Valenzuela”.
El propio Avelino Lucero recomendó al arquitecto Bladimiro Samaniego para la construcción de la casa que hace diez meses prometió Fernando a sus padres.
Este profesional construyó el nuevo edificio de la Presidencia Municipal de Navojoa y en opinión de Lucero “no existe un edificio municipal más bonito en todo Sonora”.
Pero inicialmente hubo problemas porque los padres de Fernando se oponían a que tiraran la vieja casa de adobe, paja y argamasas.
“En ella nacieron todos mis hijos y tengo muchos recuerdos”, dice doña Hermenegilda.
Sin embargo, todo quedó solucionado y se respetó la decisión de los padres. Ahora, la casita quedará dentro del patio interior.
La casa de Fernando aventaja sin remedio a las mejores construcciones del poblado, la mayoría de ellas hechas con adobes, sudor y unas pocas con tabique horneado.
Situada en una pequeña elevación de terreno parece dominar el reseco valle de dos mil 300 hectáreas, donde los ejidatarios remueven la endurecida tierra y esperan la lluvia para arrancarle uno a uno los dorados granos del trigo.
Con 210 metros cuadrados de construcción, cinco amplias habitaciones, tres baños, sala, comedor, cocina, sala de trofeos y una despensa, todo esto unido por un amplio pasillo en forma de escuadra, con un nicho para la Virgen de Guadalupe en el centro.
El costo proyectado es de tres millones de pesos únicamente en la construcción; luego habrá que agregarle muebles y otras instalaciones.
La obra avanza rápidamente: en ella trabajan dos hermanos de Fernando y varios peones de Navojoa. Según el arquitecto, cuando Fernando regrese de su segundo año en el béisbol de Estados Unidos, estará totalmente terminada.
Pero aunque los casi 30 visitantes que diariamente llegan a este lugar para conocer las raíces de Valenzuela admiran la nueva construcción, es la sencilla y fresca casita de adobe donde intentan conocer hasta el último rincón: en el lugar destinado a los recuerdos de Fernando preguntan y se retratan con sus padres que pacientemente, porque ya olvidaron las prisas, aceptan casi en silencio.
Para don Avelino los días difíciles con el azadón y el arado, las jornadas bajo el quemante sol y el inquietante mañana, parecen alejarse más cada día.
Ahora, sentado a la sombra del portalito de su casa, con su fiel perro a sus pies, observa cómo se levanta la nueva construcción que dará el remate final a una larga y difícil vida, eso sí, llena de recuerdos y satisfacciones.
Doña Hermenegilda, sin desprenderse de sus quehaceres cotidianos, ayudada por una de sus hijas y por su nuera Agueda, sólo sonríe cuando le dicen que en la nueva casa va a estar más cómoda: parece sentir como si la arrancaran de la tierra para trasladarla a un mundo desconocido: “Sí, está muy bonita, pero no quiero olvidarme de esta donde nació mi Fernando”, dice casi en voz baja.
Un estadio en el ejido
Avelino Lucero dice que Etchohuaquila será el primer ejido que cuenta con estadio de béisbol. Financiado por el gobierno del estado, tendrá capacidad para unas mil 500 personas y ahí, quizá en su inauguración, lance Fernando Valenzuela ante invitados importantes.
El terreno elegido está situado en un área cercana a la escuela primaria y es donde actualmente juegan los niños y equipos de la liga municipal.
Es el mismo sitio donde el ganador de los premios "Cy Young" y "Novato del año" en la Liga Nacional de Estados Unidos, veía jugar a su primer gran ídolo, su hermano Rafael, el mayor de la familia, que ahora tiene 38 años y es el encargado de cultivar las tierras asignadas a la familia.
De él dicen que podría haber sido mejor pelotero que Fernando.
“Tenía mayor velocidad y un endemoniado control”, dice Lucero, sólo que antes no había buscadores de talento que se aventuraran por estas tierras.
Es el mismo lugar donde el propio Fernando jugó su primer partido y donde se puso su primer guante derecho, porque no había para mano izquierda.
Es aquí, en esta negra y pegajosa tierra donde soñó emigrar a otros lugares que dieran cabida a sus ilusiones, donde, quizá al recibir los primeros aplausos por sus lances, pensó en los grandes estadios y los relucientes uniformes.
“Jugaba con pasión”, dice Lucero al evocar los días en que visitó el ejido para buscar refuerzos para la selección de Navojoa que entonces dirigía.
“Me acuerdo cuando lo conocí, tan delgado, pero determinado a triunfar. Zurdo pero con manopla derecha, la que usaba con singular maestría”.
Después, ambos hablarían y comenzó a llevárselo para Navojoa y ahí se pusieron los cimientos de una gran amistad, tal vez la más grande de Fernando, porque fue precisamente Lucero quien lo dio a conocer, luego lo recomendó con el manager Raúl Cano y éste se lo llevó al Puebla.
Lo demás es historia conocida. Valenzuela triunfó, pero jamás olvidó al amigo y en la pasada temporada de la Liga del Pacífico aceptó vestir la franela de los Mayos, principalmente por esa amistad.
El amigo reconoce que nada habría sido posible si Fernando no se hubiera decidido a dejar el campo de labranza por el campo de béisbol.
“Al principio fue muy difícil y cayó en depresiones que lo llevaron al vino y la cerveza en exceso. Pero es muy grande su determinación y pronto salvó esa barrera. Por eso, cuando veo esta tierra donde levantarán el estadio que llevará su nombre, me lleno de recuerdos y creo que es el mejor homenaje a un hombre lleno de valor ante la vida”.
Etchohuaquila también resiente la decisión de Fernando. Los cambios en la apariencia del ejido son notorios y hasta beneficiosos; ahora casi todas las casas, de las 35 existentes, tienen tomas de agua.
Aunque no es posible desperdiciar en jardines, ha desaparecido la mayoría de los abrojos que crecen aquí.
También cuenta ya con arbotantes de luz mercurial, que opacan la luz de las estrellas, pero que permiten mayor vida nocturna a los habitantes, que ahora se sientan a las puertas de sus casas en las noches calurosas, en tertulias familiares.
Y sobresale una pequeña construcción en el centro del poblado, que anuncia en el frente:
“Casa Cultural de Etchohuaquila”, donde los jóvenes aprenden a tocar la guitarra y preparan obras de teatro.
“Todavía falta mucho por hacer aquí. Por ejemplo, más agua de riego, drenaje y un dispensario médico porque los enfermos tienen que ir a Fundición, delegación municipal a la que pertenece Etchohuaquila”. Pero no es difícil que todo esto llegue en poco tiempo porque aquí nació Fernando Valenzuela y eso es importante.