Por el Dr. Rafael V. Aguirre Meneses.
Disfunción sexual masculina
El hombre que es incapaz de conseguir o mantener una erección que le permita realizar el acto sexual con penetración, se le suele colocar la etiqueta de “impotente”, palabra que no sólo posee connotaciones peyorativas sino que tiene poco en cuenta, el complejo proceso de la función sexual masculina.
Actualmente se prefiere el término “disfunción eréctil masculina”.
El médico interesado considerará la incapacidad del paciente para desarrollar la erección dentro de un contexto psicológico y conductual, reconocerá que aunque la disfunción eréctil aislada es con diferencia el problema más común, la disfunción de la libido y una menor capacidad orgásmica y eyaculatoria, pueden también coexistir en varios grados, contribuyendo cada uno de ellos al sentido de inadecuación del paciente.
Se asume a menudo como algo intrínseco al envejecimiento, por consiguiente una desgracia que simplemente debe ser aceptada y soportada estoicamente.
Esta forma de asumirlo no es, sin embargo, siempre correcta.
La disfunción sexual masculina puede ocurrir como consecuencia de alguna enfermedad (p. ej. diabetes) y del tratamiento médico de otras (p. ej. hipertensión arterial) condicionando ansiedad adicional, pérdida de confianza y depresión.
No debería olvidarse que este trastorno no sólo afecta a los hombres, sino también a sus parejas.
La disfunción eréctil es a menudo malentendida por parte de la pareja como una falta de afecto o como una transferencia de las relaciones sexuales hacia otro lado.
No querer hablar del problema de forma abierta o de buscar ayuda no hace más que empeorarlo.
Por último, otros factores que se deben considerar son el impacto y el efecto de la información inexacta y confusa, acerca de este trastorno que actualmente es de dominio público.
A menudo se presenta en forma de atractivos anuncios de distintos productos, tales como píldoras y pomadas afrodisíacas, que ofrecen una esperanza poco realista.
Cuando los beneficios prometidos no se materializan, no sólo los pacientes sino también sus parejas se desaniman y desmoralizan aún más.
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