DAVID MANUEL MARTÍNEZ PÉREZ
PSICOTERAPEUTA CLÍNICO
Certificado en Hellinger Sciencia
EL SILENCIO DE DIOS
“EXPANDIENDO LA PERCEPCIÓN DE LA REALIDAD”
Cuenta una antigua Leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, encargado de cuidar una ermita en la que había una cruz muy antigua a la que acudía la gente para orar con mucha devoción a Cristo.
Un día el ermitaño Haakon, se arrodillo ante la cruz y dijo: Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu lugar, quiero reemplazarte en la cruz.
El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: Amado hijo, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.
¿Cual, Señor?, preguntó Haakon.
¿Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, respondió el viejo ermitaño.
Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de permanecer siempre en silencio.
Haakon contestó: ¡Se, lo prometo, Señor! Y se efectuó el cambio.
Nadie advirtió el cambio. Nadie reconoció al ermitaño, colgado en la cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon.
Y este por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada.
Pero un día, llego un rico y al irse después de haber orado, se olvidó su billetera. Haakon lo vio y calló.
Dos horas después vino un pobre, vio la billetera y se la quedó.
Tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su bendición antes de emprender un largo viaje.
En ese momento volvió a entrar el rico en busca de su billetera.
Al no encontrarla, pensó que el muchacho se la había apropiado.
El rico se dirigió al joven y le dijo acusadoramente!Dame la billetera que me has robado!.
El joven sorprendido, replicó: ¡No he robado nada! ¡No mientas, devuélvemela enseguida!
¡Le repito que no he tomado ninguna billetera!, afirmó el muchacho.
El rico arremetió furioso contra él.
Pero en ese instante, se escucho una fuerte voz: ¡Detente!
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba.
Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación.
El rico se quedó anonadado y salió de la ermita.
El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuando la ermita se quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo: Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
Señor, - dijo Haakon - ¿Como iba a permitir esa injusticia?
Cambiaron de nuevo el puesto. Jesús ocupó la cruz de nuevo y el ermitaño se quedó allí de pie.
El Señor, siguió hablando: Tu no sabias que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer.
El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal.
En este momento acaba de hundirse el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabias nada. Yo si. Por eso callo.
Y el Señor nuevamente guardó silencio.
“Adonai yilachem lachem Ve’atem tacharishum” Shemot 14/14
“Dejo que Dios luche por mi y yo guardo silencio”
EL VASO, LA SAL Y EL LAGO
Esta es la historia de un joven triste, a quien su Maestro le pregunto la razón de su tristeza y este no le contestó nada, así su Maestro le dijo que colocase una mano llena de sal en un vaso de agua y lo bebiese.
- Qué gusto tiene? - le preguntó el Maestro.
- Horrible - dijo el joven sin pensar dos veces.
El Maestro sonrió y le pidió al joven que agarrase con la otra mano llena de sal y llevase al lago. Los dos caminaron en silencio, y cuando llegaron, el maestro pidió al joven que tirase la sal en el lago. Entonces el joven hizo lo que el maestro le dijo
Luego el viejo le dijo:
- Bebe un poco de esta agua.
El joven así lo hizo mientras el agua le corría por el mentón , entonces el Maestro le preguntó
- Que gusto tiene?
- Bueno! - Dijo el joven sin pestañar
- Sientes el gusto de la sal? - preguntó el maestro
- No. - le dijo el joven
El Maestro entonces se sentó al lado del joven, le tomó sus manos y le dijo
- El dolor en la vida de una persona no cambia. Pero el sabor del dolor depende de dónde lo colocamos.
Cuando sientas dolor, la única cosa que debes hacer es aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.
Y dar más valor a lo que tienes en detrimento a lo que perdiste.
En otras palabras: Es dejar de ser vaso, para transformarte en lago.
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"Me queda la sensación de que algo me falta, no sé bien si seas tú o más alcohol, así que por si no vuelves, iré a conseguir cerveza, y, si vienes, por favor, trae cerveza. Lo sé, yo también odio ese vicio, y en ocasiones, a la cerveza también".
–Charles Bukowski
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Psicoterapia Práctica
Manuel David Martínez
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